Lo ves, te habla, corres y lo abrazas, tienes un mes sin hacerlo. Es difícil saber cuanto extrañas a tu edad, sólo lo sabemos cuando preguntas con la mirada porque esta el carro estacionado en la puerta, porque la comida siempre sobra, porque de un día a otro apareció un lugar azul para tus libros, porque el cuarto de al lado siempre está oscuro, porque lo dejaste de ver por las mañanas – modorro y despeinado con su barba de medio crecer (que te pica cuando te da besos) – y porque ahora ves a extraños que te llevan y te traen sin hablar, sin maldiciones, sin barbas picosas, sin vidrios rotos y sucios, sin libros y hojas en el piso.
Tal vez las respuestas de su ausencia no te llenan del todo, sólo sabes que esta malo de sus popis y que no puede caminar bien, sólo sabes que su carro sigue ahí, en la puerta de tu casa, esperando arrancar a la siguiente mañana y recorrer ese camino de barbas, de miradas con sueño, de globos en el cielo, de curvas y venados.
Lo abrazas, te recuestas con él mirando esa película que haz visto mil veces, levantas la mirada y sonríes, no se ha ido, vino a decirte que el sigue ahí en las mañanas de guardería, que él sigue recorriendo ese camino tantas veces visto, que se sigue preguntando si los ojos de los venados en el cerro son como los tuyos, vino a decirte que si pones atención, al asomarte por la reja y ver el carro dormido, lo verás sentado, con un libro interminable en la mano, esperándote para volver a recorrer los caminos del reencuentro.
Jueves 15 de Mayo de 2008.
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